martes, 13 de febrero de 2024

HAMBRE DE TIERRA. LA CUESTIÓN AGRARIA EN EXTREMADURA

Han pasado ya unos días desde la emisión en Canal Extremadura del documental HAMBRE DE TIERRA. LA CUESTIÓN AGRARIA EN EXTREMADURA, un soberbio trabajo audiovisual de Producciones MORRIMER, de Llerena, en el que hemos colaborado un equipo de historiadores encabezado por Víctor Chamorro, en su última intervención pública antes de morir.

Ha sido muy notable la repercusión, aunque hay quienes no han podido ver alguno de los tres episodios. A continuación dejo aquí los enlaces de la que sin duda es ya una pieza fundamental para entender el pasado de esta tierra:
[Fotografía El Salto]



domingo, 6 de agosto de 2023

Zafra, 7 de agosto de 1936

 




Todos los 7 de agosto recuerdo, de noche, la columna aún a oscuras de los hombres del comandante Castejón caminando desde Los Santos de Maimona a Zafra. Venían de África. Eran las 3 de la madrugada. Recuerdo que ese viernes nadie, nadie de quienes no habían huido de la ciudad pudo dormir. Desde la batalla entre la sierra de San Cristóbal y la del Castillo, dos días antes, nadie dormía en ninguno de los pueblos de alrededor.

Tras esa victoria de los sublevados se sabía que no tardarían en invadir Zafra y las sábanas blancas colgaban de los balcones de muchas casas mientras otros centenares de hombres y mujeres, agarrando a sus niños y niñas, se iban Muladar abajo o por el camino de La Lapa al campo, al Castellar, a la Albuhera o al cerro de Pedro Toro. Recuerdo a mi bisabuela Lola que, en la casa de la calle Santa Catalina, puso el sacudidor de trapos blancos «para que hubiera paz». El alcalde, Pepe González, había reunido al vecindario en la plaza la noche anterior para recomendar que no se resistiera a las tropas. Tras los muchos muertos en la sierra, aún había esperanza de que no hubiera más sangre. Fue la última intervención para evitarla de quien cinco meses antes había llegado a Zafra de Alicante tras dos años de cárcel y que, desde entonces, se había empeñado —imponiéndose a los más extremistas— en impedir represalias contra la gente de derechas. Y ahora los partidarios de estas eran quienes amenazaban con arrasarlo todo.

Recuerdo el cañoneo a las 5 de la mañana sobre las estaciones ferroviarias, donde un tren partía con los últimos dirigentes. Los proyectiles del artillero Fernando Barón buscaban también la Fábrica de la Luz, cerca del cuartel de la Guardia Civil, y recuerdo el estruendo de alguno al impactar en la esquina de la calle Ancha. Desde entonces, al gitano Maito, que vivía allí, nunca se le quitó el miedo del cuerpo. Siempre pensó que había sido un castigo divino. Fue uno de los que había llevado agua el miércoles a los campesinos enfrentados en la sierra con los militares. Los combatientes, cuando necesitaban beber, se volvían y gritaban ¡Agua, Maito!, y él se acercaba con el búcaro. Recuerdo, ya años después, las chanzas de algunos (¡Agua, Maito!) cada vez que el hombre —que a mediados de agosto fue obligado a ayudar a Domingo León a enterrar a tantos fusilados— se dejaba ver por las calles.

Luego, a las 7 de la mañana, se me viene siempre a la cabeza Cirilo, único resistente, empuñando el arma, embriagado y subido a un cinamomo. Tira un tiro… tira otro…, le jalea uno de los legionarios. Tras fallar los disparos y agotar la munición, ese mismo militar le dispara desde lejos en la frente y lo abate. Fue el único que murió ese día en Zafra con el arma en las manos.

Recuerdo a las tropas al entrar en el Campo de Sevilla al toque de la corneta y guiadas por algunos falangistas locales. Una de las camionetas tiene pintada la cara de Azaña, al que le han puesto unos cuernos. Y recuerdo al capitán Fuentes y su blindado en la puerta de Santa Marina. No hizo falta que liberara a nadie, a ninguno de los presos de derecha arrestados hasta entonces allí, porque la guardia la habían levantado a primera hora, al tiempo que se marchaban del pueblo las autoridades republicanas, y todos salieron sanos y salvos.

A las 8 de la mañana recuerdo a Castejón en el Ayuntamiento. El nombramiento de la Gestora, con los ricos del pueblo. Y las primeras listas, con el comandante sentado en la alcaldía, decidiendo entre la vida y la muerte. Y las discusiones para poner y quitar nombres hasta llegar al «uno por ciento». Y las primeras quinientas pesetas encima de una mesa para evitar una captura. Recuerdo al capitán de la Guardia Civil, Luengo, degradado a teniente allí mismo —¡quítese una estrella!— por haber ascendido durante el Frente Popular. En el patio del Ayuntamiento se concentran los primeros detenidos y en la puerta, los primeros familiares, que traen papeles para demostrar la inocencia de los que están siendo apresados. Así salvó la vida el maestro Ramón Gerada, a quien unos meses antes habían echado de la Casa del Pueblo y pudo demostrarlo.

Recuerdo las puertas abiertas de las casas para que los moros no las echaran abajo. Y cuando encontraban cerrada alguna, la rapiña en el interior, los muebles volando por los balcones y la mercadería en la calle. Una máquina de coser, algún reloj: ¡Paisa, barato, barato!

Recuerdo los primeros parapetos con sacos terreros en las entradas del pueblo para impedir salir y entrar sin control. Y la batería de tres piezas de artillería del capitán Mora Figueroa, situada en la puerta del taller de los Terán para batir la sierra del Castellar.

A las 11 recuerdo la misa en La Candelaria. El templo abarrotado y los «detente bala», hechos con las monedas de El Rosario, en los pechos de los militares. Y a don Daniel en el púlpito. Y al cura Juan Galán concelebrando antes de unirse a las tropas y de pedir su pistola. Recuerdo al medio centenar de personas capturadas, en círculo, con los ojos muy abiertos y las manos atadas, ya en el centro de la plaza Grande, esperando. Y a la gente alrededor, con brazaletes blancos, mirándolas, sin atreverse a hablarles. Y a los soldados que deambulan con los máuser entre los brazos, que preguntan, que buscan los nombres apuntados a lápiz —y no tachados— en pequeños papeles. Y a Castejón, tomando un refrigerio, ya todo decidido, bajo los soportales, sentado en un sillón que le había sacado don Tomás, el farmacéutico.

Nunca se me olvida el calor de las 12 de la mañana de ese día 7 de agosto de 1936 en Zafra. Y la comitiva ya por la calle Sevilla de vuelta a Los Santos. La gente aplaudiendo, atemorizada, o llorando escondida tras los visillos. Y la cuerda de presos, atados en grupos de siete u ocho, con las caras desencajadas, hasta el medio centenar de ese día, una cuarta parte de los doscientos asesinados en esas semanas: el guardia municipal Antonio Amaya; el capataz de CAMPSA Ángel Caño; los chóferes Luis Mata y Ramón Galea; Paca Infante, madre del «Correcalles»; el secretario del Instituto Luis Madroñero y los bedeles Antonio Guerrero y Teodomiro Trujillo; la “Reverte”; el empleado del Ayuntamiento Julián Vitorique; el factor ferroviario Laureano Rubio; el director de Telégrafos Juan Antonio Zambrano; el carpintero Máximo Torreglosa; el industrial Diego Luna; los hermanos Coronel; los hermanos Montaño y los braceros Felipe Ortiz, Manuel Garrido, Cesáreo Sánchez…  Y don Rafael, el modelista, fuera de la cuerda, pero sin querer separarse —ya nunca lo haría— de doña Juana, la maestra, presidenta de la Sociedad Femenina de Oficios Varios de Zafra, también apresada. Camina como un autómata —recuerdo— al lado de su mujer, hasta que la sacan de la fila, ya subiendo la cuesta de San Cristóbal, pasado el Puente Aragón, y se abraza a ella. Así los matan.

Recuerdo ese mediodía de hace ochenta y siete años, el peor nunca vivido en Zafra, como si fuera hoy, aunque no estuve allí. Los camiones, los caballos, las tropas, los cadáveres abandonados, los perros que ladran y olisquean la sangre, el canto de las chicharras, las moscas, el miedo, el calor… Sigo oyendo el ruido atroz de las balas de los fusilamientos que, cada cinco minutos, apenas detiene la marcha de los «conquistadores», y veo alejarse por la carretera de Los Santos la enorme polvareda de la crónica fatal de ese día, el rastro sofocante de nuestra historia.

domingo, 18 de junio de 2023

 




UNA MATINÉ DE JUNIO EN ZAFRA EN TORNO A LA LITERATURA


En los actos del Colectivo Manuel Peláez no se invita a nadie. Hoy, en otro de esos actos donde nadie es invitado, pero quienes van son bien recibidos, ha vuelto a completarse el aforo. Y de nuevo ha salido redondo. Un centenar de personas en el Hotel Huerta Honda de Zafra. Gente de todo pelaje y condición congregados en torno a la escritura: la entrega de la undécima edición del Premio de Microrrelatos Manuel J. Peláez. Buena literatura alrededor del ganador de este año, Jesús Navarro Lahera, que se impuso entre los 1.207 textos presentados con su «Derrumbe». Buena música, gracias a las magníficas Lola Santiago y Laura Domínguez. Y buen rollo.

Unánime buen rollo a pesar de que el Colectivo salió de la siempre parcialidad de un proyecto político. Una escisión, allá por 1997, dentro de Izquierda Unida creó una debacle cuando a la izquierda del PSOE había en Zafra más de mil quinientos votos a pesar de que seguía ganando por mayoría absoluta, o casi. Tras algunos años, a principios de siglo, en los que se colaboró en un gobierno municipal de izquierdas, se decidió reconvertir un partido de «arte y ensayo» en una pieza más de la sociedad civil zafrense. Y dedicarlo a la cultura. Se inauguró en fecha solemne, el 24 de septiembre de 2010, con ocasión del bicentenario de la apertura de las Cortes de Cádiz y se hizo con la donación al pueblo de Zafra de un monumento a los liberales, revolucionarios del siglo XIX, que desde entonces se yergue en la Plaza de los Escudos.

A partir de ahí, las pocas perras que se sacan cada año gracias al arriendo de una caseta en la feria de San Miguel se dedican a organizar actos culturales con dignidad y solvencia. Y el principal cada año es este premio de microrrelatos, la edición de un librito con el ganador y los finalistas, y la entrega de los 1.200 euros al premiado. Poquito a poco, el «Manuel Peláez» se ha convertido en uno de los certámenes de microrrelatos más cuidados y prestigiosos de España, con cerca de 20.000 textos y casi quinientos finalistas en sus once ediciones.

Como la memoria que guardamos de Manolo, este premio es un enorme dinosaurio que todos los años se nos aparece, en una emocionante matiné —donde no se invita a nadie, pero todos son bienvenidos—, un domingo de junio, en Zafra, en torno a la literatura.

miércoles, 23 de febrero de 2022

CASUALIDADES

 

Creo mucho en el azar como procedimiento: para decidir la lectura de libros, para callejear por una ciudad desconocida y hasta para reconstruir una historia. Hace más de veinte años me pasaron una fotografía antigua. Están en ella 31 personas. Se trata de una visita a Zafra del gobernador civil de Badajoz. Durante mucho tiempo he pensado que fue hecha en 1931; ahora sé que es de abril de 1932. El gobernador era el llerenense Zacarías Laguna. Le acompañan varios concejales del Ayuntamiento de Zafra y otros políticos. Uno de los proyectos del ayuntamiento socialista de José González, casi escondido en el centro de la imagen, era instalar una colonia psiquiátrica cerca de la ermita de Belén, que al final acabó en Mérida, cuyo alcalde, Andrés Nieto, también está en la fotografía. El gobernador y sus acompañantes visitaron Zafra para conocer los terrenos donde se pretendía levantar las instalaciones. Fueron recibidos por la corporación municipal que les ofreció una comida en el patio de la ermita. Después visitaron la cercana finca "Los Pinos", de José Díaz de Terán, donde este les recibió en compañía de su familia. El fotógrafo de Badajoz Fernando Garrorena acompañaba al grupo y sacó unas imágenes.

La fotografía la publiqué en La amargura de la memoria y cada cierto tiempo vuelvo a ella, obsesivamente, para ir descubriendo identidades. Muchas me han llegado por casualidad: un rostro en otra fotografía, el parecido con un familiar, una deducción a partir de un dato ocasional… Cada vez me faltan menos. Desde hace un par de días todo se ha acelerado. La digitalización y subida a la web por parte de PREMHEX (Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura) de mil doscientos expedientes del Tribunal de Responsabilidades Políticas de Extremadura me ha permitido acceder a la documentación del proceso que los franquistas le abrieron al empresario José Díaz de Terán. En ese legajo de más de quinientas páginas está también la foto. Y es que la culpa de ese proceso la tuvo, en cierto modo, esta imagen. Por ella se relacionó al dueño de la fábrica DITER con los dirigentes socialistas y republicanos de entonces. Gracias a ese legajo he sabido de la fundación en Zafra, unos meses después, de Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, al que pertenecía el gobernador, en la que participaron algunos de los fotografiados. Y gracias a ese legajo, otra casualidad, he sabido de la presencia en Zafra durante unos meses del filósofo Luis Abad Carretero (1895-1971), catedrático del Instituto, luego exiliado en México, creador de la llamada "filosofía del instante", que participó en la creación de ese partido en Zafra. He llegado a pensar que estaba en la imagen y aunque no es así, la foto y el legajo me han llevado a los libros de Abad, que ahora leo.

Ah, y otra vez el azar, al introducir el nombre de Zacarías Laguna en esa boca voraz que es Google me ha devuelto un rastro a un documento del Archivo General e Histórico de la Defensa donde ese nombre aparece unido a otros. Revisándolos, compruebo que coinciden con varios de los que ya había identificado en esta foto. Eso solo puede significar que el documento al que remite —que habrá que consultar— completará la historia de esta foto reconstruida gracias a casualidades. 

jueves, 23 de diciembre de 2021

Una educación

 

Mis lecturas no se rigen, precisamente, por la actualidad. El mercado se mete en todos lados y la literatura o, en general, la edición de libros no es ajena a ese afán comercial que parece pringarlo todo. El presentismo que practican muchos es terreno abonado para que algunos se lucren vendiéndonos lo último como si fuera lo mejor. Hay mucha filfa y mucha nadería envuelta en papel couché recién editado. De ahí mi prevención, que no es neofobia sino cautela, fundada en la certeza de que, en literatura, lo que debe interesar es la calidad —obvio—, no la primicia, y que esta casi siempre es sospechosa hasta que logra demostrar lo contrario.

Valga este exordio para justificar la búsqueda de rarezas bibliográficas fuera del mercado de la novedad, aunque como en el caso que me ocupa se trate de un texto recién publicado. Supe de él —como de tanto— por mi amigo Francisco Espinosa. El libro se titula Una educación. La formación vital de un niño en los años de asentamiento de la dictadura nacional-católica y apenas se han editado, en junio de este año 2021, unos cuantos ejemplares distribuidos por el propio autor en la Editorial Onuba, que acoge autoediciones. Y ese autor, de 83 años, es Antonio Santos Barranca, un médico onubense avecindado en Valencia, que —hijo de un ajustador de taller, lector voraz y niño prodigio— fue uno de los escasos alumnos favorecidos con una beca provincial de estudios en los años cincuenta. Ya adulto, Antonio Santos fue uno de los fundadores del Sindicato Universitario de Estudiantes, opuesto al SEU, iniciador de la asociación Médicos sin Fronteras y creador de la revista Turia, en cuyas páginas publicó una crítica de cine que le valió la cárcel por unos días.  

Al hilo de su propia experiencia de niño peculiar, que nace a la vida y al conocimiento, Antonio Santos Barranca nos ofrece en este libro un magnífico testimonio de la educación durante el primer franquismo y, al tiempo, un buen retrato de la Huelva de mediados de siglo. Los escenarios en los que transcurre el relato, tanto el instituto, como la casa familiar, como “El Bravo”, la finca de los abuelos, en Encinasola, son espacios que se reconstruyen con viveza en la imaginación del lector gracias a una narración vibrante y brillante. El autor describe la vida en las aulas de un instituto tan emblemático como el de Huelva y sus inquilinos tienen la certidumbre propia de quienes han existido realmente. Es, en cierto modo, un libro de memorias, pero el niño que fue Antonio se convierte en un personaje del relato, que en ocasiones adquiere tintes novelescos, con figuras que —según confesión del autor— cambian el nombre y con circunstancias vitales que se trastocan.

El libro engancha por lo que cuenta y por la original manera en que lo cuenta. Desde el punto de vista formal, el texto es heterodoxo, muy peculiar a veces en la puntuación y en la expresión (con algunas erratas, que delatan la necesidad de una revisión), pero eso no empece la calidad de la narración, que se lleva con el ritmo de un torrente. El libro es, según capítulos, biografía de vivencias infantiles, retrato de una familia antifranquista sumida en el silencio de posguerra, historia de un centro docente, informe etnográfico sobre los usos y costumbres en una finca del norte de Huelva, diario de lecturas de un adolescente, cartelera cinematográfica de un ciudad de provincias a mediados del siglo pasado... Es introspección y exhibición a un tiempo; una buena obra literaria y un estimable testimonio histórico. 

Valga como muestra de la hondura de Una educación estos párrafos de la conversación entre Antonio y su abuelo, sin duda una de las relaciones que fundamentan la trama narrativa de su vida y de este libro sorprendente: 

...tener un hijo es una normalidad animal que tienen todos, todos, todos los animales del mundo, pero... sentir que se es abuelo solo es propio del hombre, no del gato ni del conejo.

...la evolución desde el hombre primitivo hasta ahora mismo no hay que contarla de hijo a hijo sino de abuelo a nieto. El salto de padre a hijo es minúsculo para la Naturaleza, significa poco, es pura vulgaridad natural, como el que una rama sembrada acabe dando limones. Un abuelo hablando con su nieto es evolución, salto hacia adelante hasta no se sabe dónde. Acuérdate de esto. 

domingo, 5 de diciembre de 2021

David y la toma de Alconera


[Fragmento de mi libro La amargura de la memoria. República y Guerra en Zafra (1931-1936)]

El 12 de septiembre de 1936 falangistas y militares procedentes de Zafra ocupan Alconera y Atalaya. El grueso de las tropas lo formaba una unidad de infantería dirigida por el capitán Carlos Blond. Aunque algunos autores señalan que apenas hubo resistencia al entrar en Alconera, hay que hacer constar los hechos protagonizados por una especie de "empecinado" local, que pagó con la vida su resistencia.

David Parra, de 28 años, era un buen tirador que había hecho la mili con un tal Nieto, falangista de Badajoz que entró en Alconera con las tropas procedentes de Zafra. Al entrar en el pueblo, Nieto fue a buscar a David con la intención de incorporarlo a la causa. David, que era un hombre de izquierdas, se negó a que lo reclutaran. Se refugió en su casa, cruzó un colchón en la subida al desván y esperó a que vinieran a por él. Al primero que lo intentó lo dejó malherido a golpes. A otro —Carlos Blanco, falangista santeño— le arrancó parte de la oreja de un bocado. Se fue haciendo de las armas de los caídos y se parapetó en el "doblao". A partir de ese momento y gracias a su puntería fue abatiendo a cuantos pretendieron subir a por él. Durante varias horas se mantuvo David en su posición inexpugnable. Al final lo convencieron para que se entregara con la promesa de que no le harían nada. Parece ser que para entonces habían cogido a uno de sus familiares y amenazaban con pegarle fuego a la casa. David se entregó y fue fusilado en la misma plaza. Pero, antes de matarlo, lo hicieron sufrir. Lo torturaron y le cortaron las orejas y los testículos, que después exhibieron los falangistas en sus camisas como trofeos de guerra. 

Aunque literaria, es muy significativa la expresión que Antonio Meca, autor de la obra de teatro España en llamas, escrita en Zafra unas semanas después de los hechos de Alconera, pone en boca de uno de sus personajes: "Aquí traigo yo cuatro o cino orejas de zozialistas [sic], que me las ha regalao un moro". 

Francisco Espinosa reproduce el telegrama mediante el que Franco fue informado el 14 de septiembre de estos hechos: "En Alconera al intentar imprudentemente registro de una casa dos falangistas resultaron muertos. Dos de estos por individuo en ella escondido que no se evadió. También en tiroteo afueras de dicho pueblo fue herido leve un cabo Regimiento Castilla. Susto fuerzas. Sin novedad". 

El mismo autor, a partir de informes de la Guardia Civil, da cuenta de otra versión según la cual al jefe de Falange lo atacó un hombre que luego se refugió en una casa desde la cual acabó con la vida de dos de los que intentaron detenerlo. 

En el Registro Civil de Zafra hay dos rastros más de la toma de Alconera. El primero es la muerte, que he comprobado se produjo en la refriega sostenida con David Parra, de un destacado falangista zafrense, Dionisio Vera Blanco. Había sido cabo de la guardia municipal de Zafra durante el gobierno republicano de derechas (1934-1936) y fue uno de los encarcelados por el Frente Popular en la iglesia de Santa Marina. Su tumba se conserva en el cementerio municipal de Zafra con el yugo y las flechas sobre la lápida. 

La otra partida de defunción del Registro Civil de Zafra que puede estar relacionada con la toma de Alconera es la siguiente: "Ciriaco Pérez Tinoco. Bracero. 55 años. Natural de Alconera. Domiciliado en Zafra, calle Severiana Fernández, 3, bajo. Hijo de Modesto y de María. Casado con María Lima Mejías, de 63 años. Con seis hijos: Modesto, Adrián, Marcelina, Galo, Natividad y María. Murió en su domicilio a las 20 horas del 13/9/1936 a consecuencia de "herida en el vientre". 

Ciriaco Pérez Tinoco, muere «en su domicilio» el 13 de septiembre de 1936 a consecuencia de «herida en el vientre». Pérez Tinoco, aunque avecindado en Zafra, era natural de Alconera. La cercanía entre la toma de este pueblo y la fecha de su muerte me inclina a considerarla resultado de este episodio. La partida induce a pensar que fue un combatiente herido en Alconera y trasladado a su domicilio en Zafra, donde acabó muriendo. La noticia de la hora, el diagnóstico de la muerte, el hecho de que se produjera en su propio domicilio y la inmediata inscripción de la defunción avala esta hipótesis, aunque extraña que su nombre no figure en ninguna de las fuentes que dan cuenta de los caídos en la guerra del bando franquista. Su inscripción en el Libro de Cementerio descarta que su caso fuera un fusilamiento ordenado por los sublevados.

jueves, 27 de agosto de 2020

"EL ECO DE ZAFRA"

 

“El Eco de Zafra” fue el nombre de una experiencia de prensa popular surgida de 1984 a 1986 en el seno de la Universidad Popular de Zafra, proyecto municipal de educación de adultos y animación sociocultural. 

Bajo la dirección de la UPZ -que ejercí en 1984 y 1985 y en la que me sustituyó José Francisco Gras-, un grupo de animosos veinteañeros nos empeñamos en promover un medio de comunicación local que diera cuenta de lo que ocurría en la ciudad y acompañara las iniciativas de dinamización cultural que aparecían por entonces. 

Los graves conflictos políticos de Zafra a mediados de la década de los ochenta del siglo XX condicionaron inevitablemente la vida de “El Eco”, cuyo primer número sufrió un fugaz secuestro por el alcalde y, a partir de ahí, amenazas, acosos e intentos de cierre. 

Al final, se editaron siete números, que salieron a la calle de octubre de 1984 a octubre de 1986. La jefatura del equipo de redacción fue rotatoria, aunque el periodista Ángel Barrena García, que la desempeñó en tres ocasiones, fue el principal impulsor del periódico.

Para algunos, “El Eco de Zafra” es parte de nuestra memoria personal, pero también es una pieza de la memoria colectiva, ya que sus páginas recogen trozos de la vida de una pequeña ciudad extremeña hace treinta y cinco años.

En el siguiente enlace pueden descargarse completos los siete números de “El Eco de Zafra” y sus suplementos (la descarga en la imagen falla;hay que descargarlos pulsando en "download")  

https://independent.academia.edu/Jos%C3%A9Mar%C3%ADaLama/Otra-documentaci%C3%B3n


jueves, 1 de noviembre de 2018

El doctor Vallina



Releo a Pedro Vallina y me reitero en la opinión que tuve cuando lo leí por primera vez, en 2001, tras regalarme el libro de sus memorias el amigo Cecilio Gordillo, de la CGT. La primera edición se publicó en Venezuela, en 1969, cuando cumplió noventa años, uno antes de morir. En 1999, tras un maratón mecanográfico en el que participaron voluntarios sevillanos, se transcribieron de nuevo estas páginas que habían circulado de mano en mano desde veinte años antes en fotocopias gastadas. Y volvieron a publicarse en el año 2000.

Las memorias del médico anarquista Pedro Vallina son una lectura esencial para quien quiera conocer la historia del movimiento obrero español. Y también para quien esté interesado en la de Extremadura, porque el doctor Vallina, a pesar de ser andaluz de Guadalcanal, fue deportado en varias ocasiones en los años veinte a la Siberia extremeña y allí (en Siruela, en Talarrubias, en Puebla de Alcocer, en Fuenlabrada de los Montes…) acabó convertido en un héroe popular. Y es que, además de aprovechar el destierro para propagar sus ideas ácratas, ejerció como médico entre los campesinos e hizo una labor benéfica que algunos, aunque pocos, conocen.
Sus memorias son interesantísimas. Y pueden leerse en internet: https://app.box.com/s/yc0at5ovn9wya1543g2w

(La semblanza que dediqué a Cecilio Gordillo en mi blog puede consultarse aquí:  https://josemarialama.blogspot.com/2007/02/un-sindicalista-histrico.html)

domingo, 7 de octubre de 2018

Valencia del Ventoso, 7 de octubre de 1918


El 7 de octubre de 1918, hace hoy cien años, la Guardia Civil mató a dos personas en Valencia del Ventoso. En plena huelga general, con los obreros y las mujeres del servicio doméstico en paro, el alcalde de Valencia del Ventoso había mandado cerrar la sociedad obrera. Centenares de obreros se resistieron, se concentraron en su sede en la calle Méndez Núñez y rechazaron a pedradas a las autoridades y a los guardias civiles.

La Guardia Civil disparó indiscriminadamente a la multitud y mató a un joven jornalero de 17 años (Segundo Martín Fernández) y a una mujer embarazada de 36 años (Gumersinda Martínez Boza), hiriendo a numerosas personas más.

En Valencia del Ventoso se había creado en 1908 la sociedad obrera “Luz y Progreso”, de orientación republicana y fue sustituida a partir de 1915 por otra sociedad llamada “La Fraternidad”, donde convivieron socialistas y anarquistas. La huelga, convocada por la sociedad obrera, había empezado en los primeros días de junio de ese año, interrumpiéndose y reanudándose en varias ocasiones. Los obreros agrícolas reclamaban un aumento de jornales para poder pagar los productos básicos. En agosto continuaron las protestas por el precio del pan. Los obreros estaban en permanente movilización. El día 29 de ese mes se manifestaron ante el ayuntamiento 140 obreros en paro forzoso, destacándose una comisión que solicitaba trabajo o se verían obligados “a buscar de comer donde lo hubiere.” Los obreros solicitan permiso para celebrar una manifestación pero se les deniega. Los propietarios despiden a la mayoría de los trabajadores que tenían empleados.

Una nueva vuelta de tuerca se le da al conflicto el 24 de septiembre. Los obreros se van al camino de Sevilla para trabajar sin permiso y después solicitan el pago del jornal. El alcalde llama a la guardia civil.  El 29 de septiembre una reunión entre obreros y el inspector provincial de trabajo acaba en fracaso.

El 30 de septiembre de 1918 acaba el plazo del contrato de los encargados de la custodia del ganado. El 1 de octubre comienza la huelga, los ganados son abandonados y el servicio doméstico abandona también las casas particulares. El alcalde pide la intervención del ejército.

El 2 de octubre se llega a un acuerdo con los mayorales, pero la huelga prosigue con el resto de trabajadores. En el pueblo se siguen concentrando guardias civiles. El 5 de octubre se solicita permiso para hacer una manifestación, tras la cual se dará un mitin. Se les deniega el permiso. Los propietarios hacen distintas ofertas de 7 y 9 reales pero sin llegar a los 10 que pedían los obreros.

El 7 de octubre el alcalde ordena la clausura del centro obrero. La gente se amotina. A las 2 de la tarde, los obreros insultan y apedrean a las autoridades locales y a la Guardia Civil, que responde disparando contra la gente, y mata dos personas, hiriendo a doce personas más.

Aunque los periódicos hablan de tres muertos (dos mujeres y un hombre), en el Registro Civil de Valencia del Ventoso sólo aparecen dos fallecidos. Los cadáveres permanecen en la calle durante catorce horas a la espera de la llegada del juez. El malestar es enorme. En los días siguientes se concentran en el pueblo 125 guardias civiles. Finalmente, los patronos aceptan el jornal solicitado por los obreros.

Son detenidos seis vecinos de Valencia del Ventoso. Con la sociedad descabezada y algunos de sus dirigentes encarcelados, en ese mismo mes de octubre de 1918, los 722 afiliados de la sociedad obrera pidieron su ingreso en el Partido Socialista. Y dos años después, en la primavera de 1920, el Partido Socialista gana las elecciones municipales y Valencia del Ventoso elige a su primer alcalde obrero, Cruz Martínez García, uno de los primeros de la historia de Extremadura.

sábado, 8 de septiembre de 2018

"La Gloriosa", la exposición que no fue


Reviso la oferta de exposiciones de la capital y elijo una que promete. Desde hace tiempo solemos pasar en Madrid el primer fin de semana de septiembre. El título es “La Gloriosa, la revolución que no fue”, abierta durante el segundo semestre del año en el Museo del Romanticismo. Una muestra sobre esa insurrección antiborbónica que, con intenciones distintas, reunió -en 1868 y en torno a la insurgencia- a los progresistas, a los unionistas y a los demócratas.

El museo ya lo conozco. Mi interés está en la exposición. Recorro las salas previas reiterándome en lo que siempre he pensado sobre esta institución de la calle San Mateo: le falta discurso expositivo y le sobran vigilantes. La colección de piezas sobre el XIX español es fantástica, pero uno tiene  la impresión de que se acumulan cuadros y objetos sin explicación alguna. Ya sé que no es un centro de interpretación; que es un museo. Pero, no es un museo generalista, sino con un eje temático bien definido, que debería desarrollarse en las salas. Le hace falta un panelito interpretativo, una grafía, un esquemita, qué sé yo…

Cuando llego al que supongo inicio de la exposición, una minúscula sala con grabados, pregunto a una de las vigilantes:
­“¿Aquí comienza la exposición?”.
“Aquí comienza y aquí termina: esta es la exposición”, me responde con una sonrisita ante mi cara de incredulidad.

Resulta que la exposición, anunciada en todas las guías culturales de Madrid, no es más que una colección de veintitantos grabados, minúsculos casi todos ellos, colgados en una sala de cuatro metros cuadrados. Y punto. De interés, sin duda, pero poca cosa para merecer, por sí solos, una exposición. Lo único interpretativo que tiene la muestra es el título “La Gloriosa, la revolución que no fue”, cuyo sentido uno no alcanza si se atiene exclusivamente a la contemplación de tan magro contenido. Tras mi chasco, a la cabeza se me viene otro título: “La Gloriosa, la exposición que no fue”.

viernes, 3 de agosto de 2018

MEMORIA OFICIAL Y MEMORIA POPULAR

Hay quien opone memoria histórica e historia. No estoy de acuerdo. Creo que la memoria histórica, esto es, lo que la gente común recuerda o le han contado sus familiares sobre lo que ocurrió en nuestro pasado reciente, no tiene que ser menos historia que el rastro de esta en un documento "oficial". La memoria popular (casi siempre oral) es historia en la misma medida que lo es un texto escrito, un papel con membrete. Como toda fuente, debe ser revisada y contrastada, pero su origen no la hace más sospechosa. A veces, cuando es plural, tiene más credibilidad que cualquier documento generado por el poder. 


Leo con interés un libro reciente: Guerra civil y represión en el norte de Extremadura, de Fernando Flores del Manzano (Raíces, Madrid, 2018). Y en la página 138 me deslumbra una doble cita que confirma la belleza de una coincidencia -alrededor de un hecho- de memoria oficial y memoria popular. Aunque no siempre ocurre, la historia que nos lega una institución del poder coincide y se complementa con el recuerdo que sobre el mismo hecho tiene un individuo. 

Transcribe Flores del Manzano el informe de un juez sobre unos cadáveres encontrados en la vía pública de Plasencia el 17 de agosto de 1936. Tras un bombardeo de la aviación republicana sobre el cuartel del Batallón de Ametralladoras de la ciudad del Jerte, los falangistas matan, en represalia,  a varias personas en plena calle. Sobre una de estas víctimas, en una de las partes de su informe, el juez dice: 

"En la calleja de las Escuelas de esta Ciudad fue encontrado también cadáver, según el Sr. Médico Forense, un individuo que, según las referencias que se hacen, se trata de un tal Francisco Galán, de oficio zapatero (...) y  en el suelo próximo a él se encontraron dos casquillos de bala de fusil". Según la autopsia, añade el autor del libro, tenía "orificio de entrada por la nuca y salida por la región clavicular izquierda". 

El rastro oficial de este asesinato lo completa Flores del Manzano con una pertinente nota a pie de página en la que transcribe el testimonio sobre este mismo hecho del dirigente socialista placentino Severiano Caldera de Pablo, que pasó la Guerra Civil escondido en su casa, como un "topo", y dejó escritos sus recuerdos: 

"Hoy, sobre las tres de la tarde, desde mi ventana oigo gritar a un chico que va con los brazos en alto y llorando. Va custodiado por falangistas armados, uno de los cuales dice "No te preocupes, que no te va a pasar nada". Este muchacho, Francisco Galán, pertenece a la Sociedad de Trabajadores de la Tierra, pero es un simple afiliado, sin cargos de responsabilidad en el partido. Pasados unos treinta metros escucho el repiqueteo de un fusil: le han asesinado en plena calle". 

Memoria oficial y memoria histórica. Ambas son historia, ambas sirven para hacer historia. Este caso, como otros, más que confirmación de la veracidad de la historia popular, es comprobación de que la historia que genera el poder a veces no miente. 

sábado, 28 de julio de 2018

Sobre el lenguaje inclusivo



Siempre leo con buenos ojos los artículos del académico de la Lengua Pedro Álvarez de Miranda. Es buen amigo de mi hermano Miguel Ángel y eso basta para que tenga mi atención. Pero, no me ha gustado el que publicó ayer en El País, titulado “¿Una Constitución ‘bigénero’?”.

No acabo de entender esa resistencia numantina, en aceptar ciertas fórmulas que la gente reclama, de quienes dejan pasar al diccionario otros palabros con suma docilidad ante el gusto de la misma gente. Para sostener su argumento menciona tres ejemplos, llevándolos al extremo, que parece ser el único recurso para la impugnación del lenguaje inclusivo:

·         La fórmula dice: “Don Juan Carlos I, rey de España, a todos los que la presente vieren y entendieren...”. ¿Habría de decir: “... a todos los que y a todas las que la presente vieren...”?
·         El Preámbulo comienza: “La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran...”. ¿Habría de decir “... promover el bien de cuantos y cuantas la integran”?
·         Se proclama después la voluntad de la nación de “proteger a todos los españoles y pueblos de España...”. ¿Debería decir ahora “proteger a todos los españoles y todas las españolas y pueblos de España...”?
¿Es necesario seguir? El resultado sería de una farragosidad grotesca. Y lamento tener que utilizar una vez más para este asunto el procedimiento dialéctico de la reducción al absurdo. No encuentro otro más útil. Al menos para con quienes quieran avenirse a razones.
¿Estoy equivocado o dos de los ejemplos que menciona podrían resolverse de manera inclusiva sin recurrir al desdoblamiento?
·         “Don Juan Carlos I, rey de España, a quienes la presente vieren y entendieren...”.
·         “La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de todas las personas que la integran...”

Y, en el último caso, asumiendo sin demasiados problemas ese desdoblamiento:
·         Se proclama después la voluntad de la nación de “proteger a los españoles, a las españolas, y a todos los pueblos de España...”.

Creo que reducir el lenguaje inclusivo al desdoblamiento es argucia de polemista. Entiendo que lo inclusivo consiste en no elevar a sacrosanto el pretendido carácter genérico del masculino y en saber que cada texto tiene su tono y su público. No es lo mismo un poema (en el que el desdoblamiento es ridículo) que un discurso ante un auditorio con hombres y mujeres, en el que sería estúpido (y hasta ofensivo) insistir en el “señores”. En medio hay un montón de tipos de textos que deben escribirse, como siempre, con sentido común y según los casos.

En fin. Hay quienes actúan como si el lenguaje fuera lo único objetivo de la existencia humana, lo único no sometido a condicionante alguno, en su caso los miles de años de preeminencia del hombre sobre la mujer. A ver si nace un cuarto “filósofo de la sospecha” que, tras Marx, Nietzsche y Freud, desenmascare de una vez por todas, ya no los intereses económicos que afectan a la conciencia, la falsa moral o el influjo del inconsciente, sino el poso de la cultura machista en el lenguaje, que no es más que un palimpsesto de la sociedad que lo crea.

Ahora bien, ninguna de estas polémicas merece el cariño de un amigo… ni de una amiga. Faltaría más que por estas cosas nos jugáramos los cuartos de los afectos.

martes, 14 de noviembre de 2017

Historiadores e historietógrafos

Descubrir falacias es el empeño del historiador Alberto Reig Tapia. Y por eso lleva unos meses en el centro del huracán. Catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, es autor de algunos libros capitales para el estudio de la guerra civil y el franquismo, como Ideología e historia. Sobre la represión franquista y la Guerra Civil (1984), Franco Caudillo. Mito y realidad (1995) o Memoria de la guerra civil. Los mitos de la tribu (1999), y de textos combativos contra el revisionismo como Anti-Moa. La subversión neofranquista de la Historia de España (2006).

Hace unas semanas un grupo de jóvenes universitarios cercanos a las CUP publicó en Tarragona un manifiesto insinuando que era un fascista por su oposición al referendum de independencia de Cataluña y a los independentistas catalanes. “El faixisme avança si no se´l combat”, decía esa panda de desnortados acerca de su profesor.

Ahora recibe las andanadas desde la otra esquina. El empeño de Reig por deslindar ciencia e ideología, historia y propaganda, mito y memoria, le ha llevado a dedicar un nuevo libro al revisionismo: La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes (Siglo XXI, Madrid, 2017). Un libro en el que -con el humor y la brillantez expresiva propias de él- vuelve a enfrentarse con rigor a la impostura de los historietógrafos, que pretenden pasar por historiadores, y que se empeñan en desempolvar los viejos mitos del franquismo y en presentarnos sus fobias ideológicas como evidencias históricas incontestables. Si los revisionistas surgidos hace unos lustros (Pío Moa, César Vidal, Federico Jiménez Losantos…) frecuentaban casi exclusivamente los periódicos y las radios, los de ahora ya han anidado en la Universidad y pretenden tapar sus impudicias intelectuales con el birrete.

Uno de los capítulos del libro, precisamente el que publicita la editorial como muestra de la obra, lo dedica a Pedro Carlos González Cuevas, profesor de Historia de las Ideas en la UNED. Éste ha respondido con un texto replicado en un par de periódicos digitales ultramontanos: El Catoblepas y La Crítica. Aunque el capítulo de Reig no menciona a González Cuevas en el título (“La crítica impotente”), éste titula su artículo “Entre la necedad y el parasitismo: el caso Alberto Reig Tapia”.

Sé de buena tinta que Alberto Reig, a estas alturas de la polémica y teniendo en cuenta los exabruptos del susodicho, está pensando retitular su capítulo para próximas ediciones con términos más adecuados, como “Pedro Carlos González Cuevas. El patético caso del profesor chiflado. Homenaje a Jerry Lewis”. Ahí va el enlace al texto de Reig sobre PCGV: https://www.sigloxxieditores.com/media/sigloxxi/files/book-attachment-627.pdf

viernes, 28 de abril de 2017

AGUSTÍN IGLESIAS REVIVE A MATILDE LANDA

Ayer presentó en Zafra el dramaturgo Agustín Iglesias (Madrid, 1953) su último libro, Matilde Landa no está en los cielos, en un acto organizado por el Colectivo Manuel J. Peláez. Tras la morosa presentación de Juan Antonio Hormigón, secretario general de la Asociación de Directores de Escena de España, el grupo de teatro La Oveja Negra hizo una magnífica lectura dramatizada de varias de las escenas del libro, para acabar el autor hablando y dialogando con el público sobre su obra.

Se trata de un texto de teatro basado en una historia real, en el que se recrean varias conversaciones enlazadas, a modo de combate dialéctico, entre dos mujeres muy distintas: Matilde Landa (dirigente comunista, natural de Badajoz, recluida tras la Guerra Civil en Palma de Mallorca) y Bárbara Pons (una de las catequistas de Acción Católica encargadas de su evangelización en la cárcel). Agustín Iglesias convierte a ambos personajes en arquetipos de las dos Españas: una empeñada en catequizar a la otra, quien se resiste a su bautismo hasta el punto de preferir quitarse la vida a doblegarse.

Es un texto duro y brillante, escueto y sobrio, con alguna innovación formal (los personajes llegan a interpelar al narrador y a cuestionar al autor) y de tiempo (Bárbara y Matilde saltan al futuro y hablan del presente). Una obra ideológica y de gran fuerza dramática, en la que el escritor, actor y director de la compañía Guirigai (con sede en Los Santos de Maimona) ha dejado la huella de su notable experiencia teatral.

Y lo ha hecho a partir de la fascinante personalidad de la extremeña Matilde Landa (1904-1942), en quien desemboca una larga tradición de insurrección intelectual y política que enlaza lo mejor de nuestra historia y ejemplifica la larga lucha de varias generaciones contra el oscurantismo y la carcundia. Ella encarna no sólo la tradición de los partidos obreros sino la del republicanismo de fin del siglo XIX (de la que su padre, Rubén Landa, fue uno de los principales representantes en Extremadura) y del liberalismo decimonónico (con notables muestras en su tía abuela, Carolina Coronado; en su bisabuelo, Nicolás Coronado −secretario progresista de la Diputación de Badajoz−, y en su tatarabuelo, el doceañista Fermín Coronado).


Si su tatarabuelo Fermín fue asesinado en la cárcel de Almendralejo por los esbirros de Fernando VII, si su abuelo Nicolás también sufrió cárcel por mandato del rey felón y si su padre hubo de exiliarse en Francia tras participar en la insurrección republicana de Badajoz en 1883, Matilde acabó saltando en 1942 al patio de una cárcel para evitar un bautismo con el que pretendían “limpiar” no sólo sus convicciones, sino las de sus antepasados. Agustín Iglesias revive a Matilde Landa y convierte la dramática peripecia personal de esta mujer en el símbolo de la resistencia cívica, aún hoy, de una de las Españas históricas. 

jueves, 13 de abril de 2017

ÁLBUM ETNOGRÁFICO DE LA MEMORIA POPULAR


Cayetano Ibarra es poeta, historiador, pintor... A sus innegables inquietudes intelectuales une una vena política (ha sido alcalde de Fuente de Cantos y diputado provincial) y otra popular, con una notable afición al folklore en varias de sus manifestaciones. En 2012 ganó el premio "García Matos" de investigación, otorgado por la Federación Extremeña de Folklore, por su obra Agricultura y pastoreo en la zona de campiña de la comarca de Tentudía. Acaba de publicarse el número 35 de la revista Saber Popular donde se recoge este trabajo. Es un cuaderno de campo sobre las prácticas agrícolas, la tradición y la cultura pastoril de esta comarca extremeña, con dibujos originales del propio Ibarra. Un verdadero álbum etnográfico de la memoria popular de Extremadura. 

sábado, 11 de marzo de 2017

REIVINDICACIÓN DE LO RURAL DESDE VALENCIA DEL VENTOSO

Veinte personas, hoy sábado por la mañana, reunidas en Valencia del Ventoso para hablar del territorio donde vivimos y del papel que una asociación cultural como el Colectivo Manuel  Peláez debe desempeñar en el desarrollo de la comarca. Llegamos de Zafra, de Los Santos de Maimona, de Valverde de Burguillos, de Valencia del Ventoso… mitad funcionarios, mitad autónomos, mitad hombres, mitad mujeres, algún parado, mucho artista, varios docentes, aunque pocos jóvenes.

Cada vez me gusta más este tipo de encuentros. Hasta ahora se habían celebrado en Zafra, pero a partir de ahora, en coherencia con lo que se propone, serán itinerantes por toda la zona. Y hoy ha tocado Valencia. De anfitriones han ejercido Lorenzo, María y Miguel Ángel. Hemos reflexionado durante dos horas y pico alrededor de una mesa y después nos hemos tomado unos vinos y un cocido con garbanzos de aquí, de los mejores.

Las actividades culturales en una asociación como la nuestra son importantes, pero −aunque entendamos la cultura en un sentido integrador e integral, no como guinda− no deben ser las únicas. También son necesarias las actividades más políticas, la preocupación por esta polis expandida que es la comarca, en un colectivo que no tiene adscripción partidaria alguna, pero en el que gozamos de la oportunidad de trabajar juntas personas de distintas opciones políticas, especialmente en el ámbito de la izquierda. Aquí hay militantes o simpatizantes del PSOE, de Izquierda Unida, de PODEMOS, algún anarquista y no afiliados ni afiliadas a ningún partido. Es de las pocas asociaciones que conozco en las que hacen cultura y política, sosegadamente, gentes de distintos partidos. En un mundo de crecientes uniformidades, solo me interesa la diversidad, los sitios donde hay gente que opina distinto. Me aburren la unanimidad, las banderías y los sectarismos.

Pero, además de la cultura y la política, está la conciencia. Actividades de concienciación, de ese radicalismo republicano civil que tanta falta hace en España. Por eso el Colectivo está solicitando, por ejemplo, a los ayuntamientos de la zona espacios donde se habiliten entierros civiles. Muchos se ponen de perfil, por eso será un empeño lento y sostenido, pero lo lograremos. Tenemos toda la vida por delante. Es de justicia y de sentido común.

Y, en definitiva, está también el desarrollo del territorio. Gente preocupada por cómo afrontamos el futuro de nuestros municipios, de nuestra comarca. Cómo nos enfrentamos a la despoblación, al envejecimiento de nuestros pueblos, a la realidad de casas sin gentes y gentes sin casas, a una juventud que huye de la escasez de oportunidades…


Reivindicamos la vida rural.  Vivir en una pequeña ciudad o en un pueblo, en pleno siglo XXI, no es ninguna miseria. Además de ser un orgullo, es un privilegio. Y ahí estamos. Haciendo cultura, haciendo política, concienciando y trabajando, modestísimamente, por el desarrollo de nuestros pueblos desde una asociación cultural. 

jueves, 1 de septiembre de 2016

FELIPE TRIGO, HÉROE NACIONAL

2 de septiembre de 1916. Se cumplen cien años de la muerte de Felipe Trigo. De obra singular, hizo del compromiso social y del erotismo los contenidos básicos de unas novelas que lograron gran éxito en los tres primeros lustros del siglo XX. Fue un escritor profesional, que se ganó bien la vida con sus libros y que se la quitó cuando estaba en plena fama.

Su peripecia vital fue, como su obra, también singular y, en ocasiones, contradictoria. Y hay aspectos de su biografía que no han sido suficientemente divulgados, si no investigados. Uno de ellos es la "etapa marxista”: los artículos en El Socialista, la relación con Pablo Iglesias y su participación, el 28 de julio de 1887, en la fundación de la primera agrupación socialista de Extremadura, la de Cabeza del Buey, pueblo de su mujer, Consuelo Seco.

Otro pasaje biográfico de Trigo poco divulgado es la estancia en Filipinas, como médico militar, y el regreso a España como héroe nacional. El 27 de septiembre de 1896 (también este mes es el aniversario) se sublevaron los tres centenares de tagalos del batallón disciplinario de Fuerte Victoria, en Mindanao. Trigo fue herido (unos dicen que a machetazos y otros, a balazos) y dado por muerto. Pero estaba vivo y pudo arrastrarse hasta escapar y llegar al fuerte más próximo, donde dio la alarma y puso en guardia a los militares españoles. Felipe Trigo fue uno de los dos únicos supervivientes del ataque y regresó a España inválido de su mano izquierda. Recibido por ministros y hasta por la reina regente, la prensa le trató como “el héroe de Fuerte Victoria”, fue propuesto para la Cruz Laureada de San Fernando (que finalmente no se le concedió), ascendió a teniente coronel y alcanzó una fama que le sirvió para apoyar el resurgir fulgurante de su carrera literaria.

sábado, 27 de agosto de 2016

Marca Extremadura

Esta es una de las imágenes más importantes de la historia de Extremadura. Es conocida, aunque no toda la gente sabe su significado completo. Se trata de la miniatura que situó Elio Antonio de Nebrija, primer gramático de la lengua castellana, en la primera página de la segunda edición de uno de sus libros: Introductiones latinae. El ejemplar que abre la miniatura es, según Eustaquio Sánchez Salor, una reimpresión de 1493-94 de esa segunda edición y perteneció al placentino Juan de Zúñiga, último maestre de Alcántara y amigo del andaluz Nebrija.

Reproduce una de las lecciones del maestro Nebrija en la llamada Academia de Zúñiga, la corte renacentista de humanistas y letrados que el maestre de Alcántara creó en Zalamea de la Serena a finales del siglo XV. El centro de la imagen lo ocupa Nebrija, que tiene a su derecha a un asistente con un libro en las manos. A la izquierda de la imagen está Juan de Zúñiga, atendido por un paje y escuchando la disertación. En el lado derecho de la imagen varias personas asisten también a la clase. De pie, tres mujeres, las tres hermanas del maestre (Isabel, Elvira y María) y sentados, cuatro hombres. Uno de ellos, con bonete rojo, es el hijo de Nebrija, Marcelo de Lebrija, también escritor. Es posible que alguno de los otros tres, o el que está de espaldas, sea el maestro de capilla Solórzano, el mayor músico de España por entonces, el médico Juan de la Parra o el astrólogo judío Abasurto, Abraham Zacuto, autor del Tratado de las influencias del cielo. Ellos tres eran algunos de los más asiduos a la corte de Zúñiga y no es extraño que fueran retratados por el miniaturista.

Este emblema iconográfico de Extremadura resume una de las épocas más brillantes de la cultura en la región, cuando Nebrija escribió en Zalamea de la Serena la primera gramática castellana y el primer diccionario de la lengua. Expresa uno de esos episodios de excelencia cultural (hay más) que a algunos les extraña que sucedieran en Extremadura, cuya historia parece que sólo haya dado para miserias o para destellos de dudosa épica como la conquista de América.

Cualquier proyecto de imagen y promoción de Extremadura debe incorporar iniciativas de reconciliación con nuestro pasado. La mejor tarjeta de presentación es la trayectoria previa, siempre que −como es el caso− esté llena de experiencias prestigiosas. Esta imagen de la Academia de Zúñiga, con el maestro Nebrija impartiendo una lección a finales del siglo XV en Zalamea de la Serena, es una imagen de Marca Extremadura. 

sábado, 13 de agosto de 2016

El año sin verano


Hace doscientos años, en 1816, no hubo verano. Una enorme erupción, en abril de 1815, del volcán Tambora, en Indonesia, unido a otras circunstancias, provocó una bajada radical de temperaturas y la alteración del clima en todo el mundo. Nevó donde y cuando no tenía que nevar (¡en el centro de España, un 11 de agosto!), llovió copiosamente, las cosechas se malograron, los precios subieron y la escasez se extendió por todos lados. Durante los años siguientes, Turner pudo pintar sus cielos gracias a las cenizas en suspensión que dejó el Tambora.

A un grupo de jóvenes escritores ingleses el fenómeno les cogió en Suiza, a orillas del lago Leman. Lord Byron, Claire Clairmont, Percy Shelley, Mary Godwin y el doctor Polidori pasaban las tardes encerrados en Villa Diodati por culpa del mal tiempo. Del 16 al 19 de junio de 1816 idearon allí, a modo de juego, varias historias de terror. La de la jovencísima Mary Godwin fue el germen de uno de los principales personajes de terror conocidos: Frankenstein. Otro de los participantes, el doctor Polidori, publicó poco después su novela El Vampiro, primera del género vampírico al que pertenece Drácula.

La historia es sabida, aunque quizás no tanto las evidencias de ese año sin verano en lugares más anónimos. El año pasado se leyó en el Departamento de Física de la Universidad de Extremadura una tesis doctoral de María Isabel Fernández Fernández: El clima en la región de Zafra durante el período 1750-1840. A partir del rico fondo documental de Feria del Archivo Histórico Municipal de Zafra, la autora reconstruye la situación climatológica de Zafra desde mediados del siglo XVIII a mediados del XIX. La fuente básica son las cartas del contador del duque de Medinaceli en Zafra al propio duque, informándole de los aconteceres del Estado de Feria. Al comienzo de cada una de estas cartas semanales se describe el tiempo meteorológico.

Gracias a la investigación de María Isabel Fernández sabemos que 1816 también fue en Zafra un año sin verano, de muchas lluvias y temperaturas frías, por culpa de la erupción del Tambora. Lo que nunca sabremos es si las inclemencias del tiempo facilitaron, también aquí, algunas veladas literarias de jóvenes ideando historias. Si las hubo, no alcanzaron la trascendencia de esas noches suizas en las que nació Frankenstein.